CRISPACIÓN
No sé qué pensaréis vosotros, pero si en este país algo crispa al pueblo, en mi opinión son las peleas de verduleras de los políticos y el coro de broncas de patio de colegio de demasiados periodistas en televisión y radio.
Zirbêth.
"Para sobrevivir, hace falta contar historias"
No sé qué pensaréis vosotros, pero si en este país algo crispa al pueblo, en mi opinión son las peleas de verduleras de los políticos y el coro de broncas de patio de colegio de demasiados periodistas en televisión y radio.
El año llega a su límite final, y es hora, una vez más, de establecer yo también un límite final. Me cuesta horrores poner cierto tipo de límites, pero son necesarios. A ver si soy capaz de ceñirme a mis propias medidas de protección.
Sólo desear a todos unas feciles Noche Buena y Navidad. Merry Christmas Eve, Christmas and Boxing Day to everybody.
"La nómina de mi padre en diciembre de 1979 era de 38.000 pesetas. Él trabajaba como peón en una obra. En ese mismo momento le ofrecieron comprar una casa. Le pedían un total de 500.000 pesetas por ella. Decidió no arriesgar y continuar viviendo en régimen de alquiler, en unas condiciones muy buenas. Se trataba de una casa modesta pero muy bien ubicada, en pleno centro de un pueblo cercano a Barcelona. A los pocos meses mi padre y mi madre compraron un terreno en otro pueblo de la misma provincia y en menos de cinco años de esfuerzo ya habían levantado y pagado una vivienda de 120m2. Han pasado 27 años. En 2006 y en el mismo pueblo donde viven, un piso modesto de 75m2 a las afueras no se encuentra por menos de 35 millones de pesetas, y estoy siendo muy generoso.
El otro día, Caronte me estuvo comentando cuales serían sus propósitos de año nuevo, y de como él se los plantea y, lo que es más, cumple cada año. Casi siempre, supongo. Yo, la verdad, los buenos propósitos me duran lo que los bombones: una explosión emocionante y efímera que llega antes a las caderas que a buen fin. Pero vamos a intentarlo, ¿no? Es que, o lo escribo y luego me reconcome la conciencia y cumplo alguno, o... O nada, supongo. En fin, ahí van:
Una vez más voy a no descubrir América, a plasmar unas de esas cosas que de algún modo todos sabemos, pero que dejamos estar sin protestar o sin llevarlo al primerisísmo plano de la consciencia. Es decir, sin usar el sentído crítico.
Me felicitan por haber pasado la prueba de admisión. ¡Ya soy seño a domicilio!
No sé si "suspendí" la entrevista de trabajo. Pero desde luego yo me hubiese suspendido. Me hicieron unas pruebas de mates, lengua y literatura, amén de una de inglés y, al menos la de mates, me salió fatal. ¡Qué oxidado tengo todo lo de Magisterio! Da pena y nauseas, pero si ahora mismo tuviese que enfrentarme a una clase de niños, segúramente estaría perdida sin el libro del maestro. Y lo peor es que es eso, óxido. Porque según fue transcurriendo el día, fui recordando las cosas y sonrojándome intermitentemente, cual semáforo díscolo, al reconocer cada error y cada metedura de pata.
Con las mentiras pasa como con los antibióticos: los administras para proteger, pero en realidad debilitan.
Iba por la calle Capitan, aquí en Aranjuez, buscando sitios donde pegar mis carteles de "se dan clases de ingles, se hacen traducciones, se da pena", cuando pasa por mi derecha una furgoneta con un enorme letrero donde se leía "BORRACHOS". Así que no es de extrañar que el vehículo que iba inmediatamente detrás fuese una furgoneta de la policía municipal.
Ayer fue uno de esos días extenuantes pero geniales en que Madrid no me resulta insoportable y puedo disfrutar de compras, calles y restaurante. En la aventura madrileña, me hice de buena parte de lo que pedía en la lista de regalos a Sus Majestades, así que, para que no se vuelvan locos en vano, aquí les dejo la nueva lista:
Es de un color difícil de describir. Con cada rayo de sol varía en tono y brillo. Un turquesa cristalino colmado de plata. Rizos suaves y juguetones de verde y pardo claro. Es de cálido contacto, caricia húmeda que refresca y acoge en su seno. Puedo nadar, dejarme llevar por las suaves corrientes, bucear. Abro los ojos y veo flechas plateadas que curiosean y escapan de mi alcance. Puedo saltar, sumegirme, flotar, y mientras me allí allí, la felicidad es sencillamente tan indescriptible como su color. Este agua es la tinta de mis cuentos, la savia de mis sueños, el nacar de mis sonrisas, el terciopelo y la seda en la voz y la piel. Es la otra cara de la moneda.
Y es que no me gusta la poesía. Algunas sí, claro, pero sólo algunas. Me gusta el teatro en verso, los clásicos romanticones, como Bequer o Neruda, y algunos más alegres, como Espronceda en su Canción del pirata. Pero me canso y aburro enseguida. Mi mente prefiere la prosa y no está educada en el gusto por la poesía. Lo admito, soy una cenutria en lo que a poesía se refiere.
Me gusta leer. Me encantan las novelas de aventuras, la épica, la mitología y la fantasía. Pero admito que leer el Beowulf me supera.
Son de tres tipos, siempre enfocados a una servidora:
La semana larga que me he pasado con fiebre de hasta treinta y ocho y medio, mareada y debilucha, no ha sido debida a ninguna gripe, ni anginas, ni infección de ninguna clase. La cosa ha sido, para variar, de carácter somático.
Aparte de que no estoy inspirada para escribir ningún post. Aparte de que debería irme a terminar de leerme Beowulf. Aparte de que tengo una pereza tremenda. Aparte de todo eso, no sé si enmarronar a la Casa de Mittalmar en un proyecto que estoy realizando (voy por la segunda fase). Voy a consultarlo con la almohada hasta después de Navidad. Así, de paso, dejo la segunda fase terminada, que aún me queda como la mitad.
Paseábamos por la calle, casi habíamos llegado a casa, cuando nos fijamos en una anciana que caminaba en sentido contrario a nosotras. Mi madre observó que llevaba un montón de bolsas, y se notaba que eran muy pesadas, pues la anciana caminaba lenta, a trompicones y a cada pocos pasos se paraba, tratando de equilibrar el peso, que parecía descompensado y en general demasiado para ella. Miraba al suelo todo el tiempo. Cuando llegó a nuestra altura, le ofrecí mi ayuda.
"¿Cómo dice? ¿Esto? ¿Pesar? Ay, hija, esto no es peso. Peso era... Mi madre se quedó viuda. Cuando mi padre murió, y ella se quedó viuda... Lo perdió todo, menos una parcela de tierra. Y vivíamos de lo que cultivabamos. Ni casa teníamos, que dormíamos allí, en el terruño. Dormimos en el terruño muchos años, hasta que mi madre al final se pudo hacer una casa. Y cultivabamos la tierra, y llevábamos todo en bolsas hasta el mercado. Esto no pesa. Aquello sí que pesaba..."
Estudiar tiene sus inconvenientes: te destrozan mitos infantiles. Por ejemplo, Pocahontas.